Cinco noches sin dormir y tres semanas pensando de forma compulsiva en ese momento. Sí, en ese momento en que ella aparecería por esa puerta. Cuatro y cincuenta y dos minutos de la tarde. Fernando fumaba pausadamente un cigarrillo en la mesa del Café Sin Nombre al lado de la cristalera. La vería llegar como la había visto acercarse durante tantas semanas. Ese sitio de Malasaña había sido testigo de tantas conversaciones, de tantas momentos que sería como un talismán. Los sitios tienen memoria. Aquí hemos sido tú y yo ¿Cuántos miligramos de cafeína hemos consumido juntos? Es otra adicción, quizás por eso ahora me tiemblan las manos, pensaba ese chico de aspecto desaliñado y trovador.
Muchas cosas estaban en juego en ese café: su insomnio, su vida, sus sueños. No puede salir mal, no puede salir mal, murmuraba para sí mismo.
Si ha vuelto a Madrid y quiere verme es que me echa de menos. María ¿Te has acordado quizás de cuando éramos dos? Eternos mientras duramos, para siempre mientras quisimos. Creo que me estoy volviendo loco. Ahora me pregunta el cenicero si pretendo matarme a recuerdos.
María iba a aparecer allí en cualquier momento, tarde, por supuesto, ¿Qué más se podía esperar de ella? Llegará con su abrigo verde, sus pasos rápidos, algún bolso de los suyos ridículamente caros. Y despeinada. Si no, no sería María. Ese torbellino de energía lo invadirá todo. Su perfume llegará a mi nariz, y de mi nariz a mi cerebro. Reacción en cadena. Y no podré pararlo.María.
María, que llegó un día para quedarse para siempre. Lo hizo rápido, como un disparo certero al corazón. Un cine, tres copas, dos conciertos. Su coche. Magia. Habemus conejo en la chistera y campanillas en el alma.Y café. Mucho café. Y tal y como llegó se fue. Otro disparo al corazón, una carta. Cuatro meses con respiración asistida.
Fernando, no te olvides de respirar. Respira.
Y Maria apareció a las cinco de la tarde a través del cristal, puntual , y no tarde.
Con caminar sereno y no con pasos apresurados
Con una falda roja, y no con un abrigo verde.
Con un bolso desgastado y no con uno nuevo y escandalosamente caro.
Y perfectamente peinada, y no con un mechón rebelde cayéndole sobre la cara.
Éramos dos, ¿te acuerdas?
Contra el mundo, contra la corriente, contra el reloj.
Apareces por la puerta. Del café, de mi vida, de mis recuerdos.
Me miras como quien mira las cosas por última vez.
¿Qué tal estás?
ABRAN FUEGO